Soy Azula porque siempre he sentido que me habita ese color, no como el color de la tristeza, aunque también; sino como el color de la mirada o el de las ideas que vienen de la luz.
Desde los ocho años he tenido la necesidad de escribir. Todo en sí mismo es una hermosa y justificada provocación para la escritura; pero es preciso aclarar que tuve una abuela que me enseñó a amar la poesía, pues cultivaba con rigor la lectura de esta y se apasionaba al recitar un poema como si en ello se le fuera la vida. Su casa era una colorida aventura para los sentidos, y su biblioteca, el lugar más perfecto donde descubrir esos pequeños fragmentos que en el recuerdo se vuelven extractos de la felicidad.
Varias premiaciones en certámenes escolares y en instituciones culturales afianzaron por épocas el compromiso con las letras, pero fue en la Universidad que se convirtió muy pronto en oficio, además de una forma de vida. He de confesar que la muerte de mi abuela implosionó el camino de la tristeza y la poesía se convirtió en el mejor atrecho para recuperarla.
La vida, esa enigmática razón para seguir buscando(se)… para ver qué se encuentra, me sigue llevando de paseo por la literatura, ya sea para disfrutarla, para sentirla o para vivirla. La poesía, desde que recuerdo, llena todas mis habitaciones y me devuelve el aliento cuando la realidad se ha empeñado en quebrantarlo. Por eso insisto en que la poesía es inherente al ser humano, se desplaza por todas partes y solo necesita del soplo curioso de quien ama para advenir impetuosa y enseñarnos lo que es la belleza.
AZULA (Tania Anaid Ramos) ©
Puerto Rico